Desde el momento en que nacen, los seres vivos están inmersos en distintos procesos de competencia, a fin de lograr escalar eslabones en la cadena evolutiva y ampliar el rango de posibilidades de supervivencia.
En la selva nublada, por ejemplo, las especies arbóreas, cuya morfología está asociada a coberturas verticales del primer estrato (alturas superiores a los 8 metros) y a coberturas horizontales densas (poco espacio entre los individuos y mucha compactación), compiten no solo entre ellas, sino con las demás especies vegetales del ecosistema (epífitas, briófitas, arbustos, herbáceas, etcétera), distribuidas por el resto del sotobosque o bosque bajo.
La altura de los árboles en la selva nublada responde, pues, a dicha competencia, y es que cada individuo busca las mejores posibilidades de obtener luz solar; por su parte, las especies halladas en los estratos más bajos, al verse imposibilitadas de competirle de manera directa a las arbóreas, deben desarrollar estrategias alternativas al crecimiento vertical para también obtener luz y sortear una muerte segura. Una de esas estrategias consiste en aumentar el tamaño de sus hojas, a fin de absorber la poca luz solar que logre descender, de manera que en la selva nublada lo normal es que el tamaño de las hojas del dosel arbóreo sea menor al de las hojas del sotobosque.
Las especies animales también están sujetas a procesos de competencia, lo que supone cambios en su morfología (fenotipo), fisiología (funcionamiento) y etología (conducta); a esos cambios se les denomina adaptación, y puede ser fundamentada sobre factores internos –propios de las especies– y factores externos –propios del entorno–, por esa razón es la Biogeografía la rama de la Geografía que se encarga de su estudio, pues para explicar un principio biológico como la selección natural, es determinante un elemento geográfico como el paisaje.
Factores de Adaptación
Una de las características más relevantes de los ecosistemas como categoría de análisis espacial es el “nicho ecológico”, entendido éste como la amalgama de cualidades bióticas y abióticas que propicia un entorno favorable para que los organismos nazcan, se desarrollen, se reproduzcan y mueran. El nicho ecológico reúne, entonces, las características geográficas ideales para que varios conjuntos de especies vivas interactúen entre sí y alcancen la mejor versión de sí mismas, de cara a la supervivencia.
Es un hecho, pues, que –con respecto a las especies animales– el nicho ecológico puede categorizarse como el factor externo de adaptación per se, y en dicho concepto se ven aglutinados elementos geológicos, geomorfológicos, edáficos, hidrológicos, climatológicos, botánicos y antrópicos, los cuales, dentro de su interacción ininterrumpida, favorecen el “clímax ecosistémico”, que tiene lugar cuando el medio físico referido ha alcanzado su capacidad máxima de desarrollo, y por tanto, las especies animales que lo habitan son altamente competitivas y logran un nivel de adaptación elevado.
Los factores internos, por su parte, al estar asociados a las especies, responden más al componente biológico que al espacial. La “capacidad de propagación” es uno de ellos, y es la propiedad que tienen las especies vivas para expandirse en su área potencial de ocupación; ésta depende de la reproductividad (que no solo está vinculada a la fecundidad, sino también a la longevidad media de los individuos) y de la diseminación (propiedad de desplazamiento de los organismos para alcanzar distancias considerables, bien sea de forma activa –realizada por el mismo organismo– o pasiva –promovida por agentes externos–). La “amplitud ecológica” funge también como factor interno, y se define como los valores máximos y mínimos, a razón de variables como la temperatura y humedad atmosférica, la insolación o el pH del suelo, que las especies pueden soportar en su existir. El “potencial evolutivo”, por su parte, también se conjuga dentro de los factores internos, y destaca como la aptitud de conquista de las especies ante nuevos espacios geográficos, viéndose materializado en las mutaciones (modificaciones súbitas y discontinuas que afectan genes y cromosomas), hibridaciones (cruzamiento entre individuos con genotipos diferentes) y especiaciones (procesos de formación de nuevas especies).
Criterios de Clasificación por Adaptación
Al verse sometidas a los distintos factores –internos y externos– que condicionan su nivel de adaptación, las especies animales desarrollan cualidades que permiten su categorización. Unas son clasificadas como “tolerantes”, pues conviven con otras especies; esto se puede validar visitando el área de mamíferos del bioparque y deleitándose con la interacción armónica entre ovejas, burros, cabras y ponys. Otras entran en la categoría “inhibidoras”, pues son dominantes y muy competitivas; el sumo cuidado con el que deben ser tratadas las boas constrictoras resguardadas en Biocontacto son ejemplo de ello. La presencia de las especies “facilitadoras”, por su parte, fomentan la existencia de otras, y un buen ejemplo de ello –conveniente en estos tiempos de pandemia– es la pulga de rata oriental (XenopsyllaCheopis), causante de la Peste Bubónica del siglo XIV.
Pero las especies animales también pueden categorizarse de acuerdo a las estrategias de sobrevivencia que desarrollen. Según este criterio, existen los “Estrategas R”, que suelen tener muchas crías, tasas de mortalidad muy elevadas y ciclos de vida cortos, son colonizadoras de áreas prístinas, presentan tamaños pequeños y su edad reproductiva es temprana. En Biocontacto existen varios ejemplares de esta categoría, entre ellos los conejos, las ratas, las truchas y los cobayos. Contrario a éstos últimos, destacan los “Estrategas K”, los cuales tienen pocas crías, sus tasas de mortalidad son bajas, por lo que sus ciclos de vida son prolongados y dependen de amplios ecosistemas para su desarrollo; entre ellos pueden mencionarse el cóndor, la llama, el morrocoy, el águila y el avestruz.
Si la adaptación de las especies animales se constituye en un proceso natural, tan prodigioso como necesario, vale la pena reflexionar acerca de éste y fomentar la integración del ser humano, no como elemento antagónico, sino como catalizador y garante del mismo.